Querer...me.

Las lágrimas cada vez pesan más y se quedan estancadas en esos ojos que aún recuerdan tu pelo.

Tu pelo, tu olor, tus besos.
Y mi pecho se inunda en recuerdos desesperados de amor y deseo.

Y mi garganta grita en silencio que te quiero, pero calla por miedo.

Y mis fuerzas se desbanecen y mi cuerpo no puede. Cada vez está más bajo y mi mente no soporta el no verte.

Quiero que el dolor termine para siempre y desearía por un instante no tener sentidos
ni deseos 
ni remotas ideas de amor y verdad 
que te destrozan el alma 
y te dejan tirado en una vida que flojea
y decae a cada segundo que pasa.

Y desearía tanto no ver el mundo con estos ojos y no sentir como yo siento.

Que mis garras te arañasen con fuerza y te dejaran claro quién manda aquí.

Pero a estas alturas las garras se desangran y no hay manera de ayudarlas y no hay manera de parar.

El tiempo pasa y todo se complica y mi mente se bloquea y no me deja pensar con claridad. 

Quiero curarme. Que me curen. Que me cures.

Quiero que el mundo sea bueno y que la vida tenga sentido y que el tiempo sea efímero en esa pequeña eternidad.

Quiero sentir como mis alas crecen y me dejan volar a los lugares más exóticos y mágicos del mundo y quiero descubrir cada esquina de este mundo si es contigo al lado.

Pero no hay un tú. No hay nadie a quien admirar. Y ya no puedo quererme si no estás. 

Me siento ahogada en mis propios pensamientos y las ideas pisan a otras y se pelean entre ellas por ver cuál es la más correcta. 

Y lo cierto es que ninguna lo es. Ninguna idea es correcta porque divagan solas. 

La soledad las atormenta y la noche interfiere, las duerme y consuela pero siguen dolidas y no funcionan bien.

No funciono bien. Mis articulaciones intentan seguir el compás del sentido de la vida pero no consiguen dar un paso sin volver a caer.
Y entonces vuelvo a empezar. Vuelvo de volver. De volver a querer. A quererme a mí.

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